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MEEPLE EN PRACTICAS. El secreto de una buena partidilla.

Por Morbell.

Desde que éramos unos niños, los recuerdos nos traen retazos, vivencias de esas reuniones de amigos, de compañeros de aula, e incluso de familia, en los que la pregunta era ¿echamos una partidilla?

 Claro que habrá decenas de personas que siempre han asociado el término partida al de timba, al de naipes o, por qué no decirlo, al típico parchís, ajedrez o, si era un grupo de valientes que quería probar cosas nuevas, un Hero Quest o el germen de lo que hoy se ha convertido en el inmenso mundo de “las Magic” y otras cartas coleccionables.

Todo esto, traducido al mundo actual, y con alguna cana más, nos recuerda simplemente que, a lo largo de nuestra vida, hemos sido, seguramente seamos y, disponiendo de tiempo libre, seremos, unos auténticos jugones. Claro que muchos empezamos por asociar los juegos de mesa al cinquillo, al tute o al mus. Otros tantos al dominó o a los Juegos Reunidos. Puede que incluso hayamos tenido nuestra etapa de Póker, que luego evolucionaría al famoso Texas Hold’Em. Pero en el fondo, dentro de nuestro alma de jugadores, lo importante de todo esto, era reunirse un rato, una tarde o “echarla larga” y terminar la noche con unos churros con chocolate, ojeras y una colección de recuerdos y risas, de las que que dejan huella.

Por descontado que, con el paso del tiempo, esos deseos de jugar no se han apagado, sino que arden con más fuerza. Y lo reconozcamos o no, algo tiene de adictivo sentarse delante de un tablero, comandar tus tropas, llevar a la bancarrota a los otros, mercadear con ovejas y piedras o colocar caminos y castillos. Si no fuera así, por qué nos íbamos a “picar” con el de enfrente, en una guerra sin fin para lograr ser los dueños de los codiciados puntos de victoria.

Hay que decirlo, los juegos de mesa modernos, son el bebé que creció alimentado por esos jugones de hace veinte, treinta o cuarenta años, cuyo mayor afán era enseñar a sus amigos lo divertido que era mazmorrear un rato, algo que casi parecía sectario o prohibido; o fumarse unas clases para echar una “pocha o un par órdagos”.

En el fondo, el concepto de echar una partidilla, por mucho que nuestras responsabilidades hayan crecido, por mucho que nuestra vida se haya complicado más de lo que ese chaval o chavala podían imaginar hace unas décadas, no es ni más ni menos, que el grito de socorro de nuestro “Peter Pan”, pidiendo una tregua y que le dejemos volar por el cielo de nuestra imaginación hasta girar en la segunda estrella a la derecha. Al menos durante una tarde o dos al mes.

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