Echo la vista atrás y me parece una eternidad, pero sí, se van a cumplir tres años de nuestro idilio con los juegos de mesa.
Entonces los niños estaban a punto de cumplir 10 y 7 años, y hasta entonces dedicábamos el tiempo en familia a menesteres varios como las manualidades, las excursiones, algo de videojuegos y mucha tele. Claro que teníamos juegos de tablero en casa aunque, os podéis imaginar, eran los típicos que anuncian una y otra vez en los canales infantiles: los que tienen una publicidad muy atractiva, pero que luego, al llegar a casa y echar un par de partidas te das cuenta de que solo es algo llamativo (y no tanto como en la tele) sin nada de “chicha”. Con lo que acababan en el armario olvidados al día siguiente.
Llegó el verano.
No recuerdo si fue primero Juegos y Quebrantos o las conversaciones con la familia (muy jugona) del amigo del pequeño, pero entre unas cosas y otras a partir de ahí empezó nuestra perdición, además de nuestra bendición: nos adentramos en Círculo de Isengard, donde conocimos gente estupenda y de lo más dispar que nos hizo conocer la gran variedad de posibilidades que habíamos tenido delante y que no habíamos sido capaces de ver.
Desde entonces seguimos aprendiendo sobre el gran abanico de juegos que existen, su clasificación, sus usos y ventajas tanto en casa como en el trabajo (me dedico a la enseñanza) y nos ayuda a pasar tiempo en familia y conocernos un poco mejor. A pesar de que elegir uno para empezar nos cueste media tarde, ya que tenemos gustos de lo más diversos en casa.
